Puestos a compartir, que sean sonrisas.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Los caballos de Auriga

Es ella, con tantos recovecos entre sus rizos que resulta difícil encontrar la postura adecuada para encajar completamente.
Bravura de un caballo azabache salvaje.  Se acerca temeroso pero está cansado de luchar contra la blancura, la rectitud, las cuerdas y los nudos de otros intentos fallidos... Tan cansado que se rinde y se sumerge en la intimidad de las sombras. Ya sabéis, ésas sombras que crean unas velas en una linda cena. La intimidad compartida por dos personas.

Recuerdo que lloré al verla por fin feliz, al haber encontrado de una vez ese trozo que andaba buscando. Jersey al gusto. Recuerdo que al ver su sonrisa por encima de tantas cicatrices todo pareció reducido a cenizas, agua sucia que se lleva la lluvia.

Caduca felicidad.
Estoy empezando a odiar esto de las tres dimensiones, que si no las hubiera, no mediríamos distancias.
Aunque en realidad sé que no se reduce a kilómetros. En realidad son llamadas que no se hicieron, silencios interminables, largas noches de luna sin tener con quién mirarla -quizás allí hay nubes- y ese odioso número creciente de parejas que se pasean por tu ciudad para recordarte tu "soledad".

Con dolor se arrancó las herraduras y las devolvió. Derramaban más lágrimas que sonrisas.
Ahora sigue caminando, Azabache, con las marcas de las espuelas clavadas en los costados. Son sólo un par de cicatrices más.
"Ya no me hacía feliz"

Un par de cicatrices más, y toda una vida por delante.

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