Ella lo miraba desde arriba. Vio cómo bajaba los párpados y relajaba su expresión. Se quedó observándolo un rato, bajo aquel sol de primavera, sobre la verde hierba, acariciando a ese ser tan fuerte y que a la vez parecía tan vulnerable. De repente, su respiración se volvió más profunda, tan profunda como un sueño. Finalmente, se había quedado dormido en su regazo.
Y fue cuando se dio cuenta -de nuevo- de su suerte, que decidió esforzarse por aumentar su flexibilidad. Quería serlo todo.
Quería ser escudo, del metal más duro que existiera en este y en cualquier otro sistema solar. Que nadie se atreviera a interrumpir ese encuentro con Morfeo.
Y quería ser manta suave y refugio de plumas, nicho para descansar y olvidar las desventajas del mundo no onírico.
Quería protegerle incluso de sus pesadillas.
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