Puestos a compartir, que sean sonrisas.

martes, 11 de febrero de 2014

Barro y tinta de periódico

Salió a la oscuridad de la tarde, que ya amenazaba con hacerse noche y lo encontró en el mismo sitio de siempre, solo que esta vez no observaba el paso tiempo erguido ni permanecería alzado a la mañana siguiente para buscar los primeros rayos del sol. 
Por el contrario, troceado su cuerpo yacía ahora entre el barro, algunas malas hierbas alcanzaban una altura mayor que su cabeza, y su sangre se filtraba en los recovecos de la tierra. Cadáver desmenuzado.

Olía a mojado, como hace un año. Un febrero más que visto de negro. ¿Pero qué coño le pasa al mundo? Siempre el mismo puto mes del calendario. 

Cuando se dio cuenta, le llovían los ojos y el oxígeno se fugaba de sus pulmones, lugar inhóspito; demasiado cerca de un corazón podrido de humedad.

Dieron igual los zapatos, no importó la ropa. Con sus manos temblorosas y una fuerza de origen desconocido, intentó apartar el tronco de aquel cadáver, sin resultado alguno. Demasiado peso. Era demasiado importante. La noche caía y pronto volverían los vigilantes. Asustada, tomó entre sus manos el pedazo de cuerpo más grande que pudo llevar y lo apoyó en su pecho dispuesta a marcharse. En un último impulso, retrocedió sobre sus pasos y arrancó algo más del cadáver antes de echarse a correr: un mechón que había comenzado a crecer. Sólo el homicida más estúpido vuelve a la escena del crimen. 

El vaho agitado que escapaba de sus pulmones rodeaba el bulto, como si hasta el último átomo de su ser quisiera permanecer aún a su lado.

Y así es como se encontró en una habitación, iluminada por una pobre lámpara titilante, envolviendo un tronco en papel de periódico y prensando las hojas del árbol que había constituido su hogar durante tanto tiempo.

Pero no es así como quiero recordarte, Ombú. 





Ombú

Recuerdo la alegría que sentí al volver a casa y encontrarte aún ahí. Desnudo y en los huesos, sí, como todos los inviernos, esperando el calor de la primavera para vestirte de nuevo de tus plumas verdes. Como el fénix. Qué miedo había tenido de no encontrarte más a mi regreso.

Ave fénix, de color esmeralda, mece sus hojas en una cuna de aire, y se baña en los rayos de sol, devolviendo destellos dorados.
A sus pies, en sus raíces, descansa el León de Nemea, y lame las heridas que algún Hércules le causó, cicatrizando y preparándose para el siguiente.

Ombú.